martes, 8 de abril de 2014

Un Orco Enfadado

Si había un orco realmente enfadado en los campos de Blood Bowl del viejo mundo, ese era Skabfang Shakgor.

No es que fuese raro encontrarse a un orco enfadado, y menos jugando a Blood Bowl. Lo que diferenciaba a Skabfang de sus compañeros en ese momento es que él se daba cuenta del porqué de su malestar.

Ya iba a cumplirse un año humano desde que él y las gentes de su klan habían bajado de la montaña llamada Espinazo del Dragón, y se habían dirigido hacia la Bahía Negra en busca de alimento, dirigidos por ese inútil de Grushnag. Grushnag era el jefe del klan, el orco más grande y fuerte del grupo, pero también el más descerebrado. Skabfang sabía que su mandato solo traería el desastre a su gente, pero enfrentarse a Grushnag seguramente equivaldría a terminar sus días en medio de un charco de su propia sangre.

Tenía que esperar su oportunidad.

Lo peor no era que el jugador estrella de su equipo fuese más estúpido que un troll recién despertado, sino que en ese momento, a pocos minutos de terminar el partido que les enfrentaba a los enanos del caos más famosos de la zona, los Malignos de Gorgoth, tenía la certeza de que su equipo estaba lleno de inútiles. Y eso, sin duda, lo enfurecía.

¿Podría ser peor? es difícil empeorar el humor de un orco, pero no imposible: un hobgoblin estaba a punto de marcar el touchdown del empate.

¡Un hobgoblin! esa asquerosa raza (y lo dice un orco) fruto de, normalmente, la violación de una mujer humana por parte de un goblin (no existe humano tan pervertido en este mundo como para que se dé el caso contrario, ¡Afortunadamente!).

Esto ya era el colmo, pero por su honor no iba a permitirlo, iba a machacar a ese microbio infecto y así demostrar que no era un simple línea más. Al grito de "Waaaagh" pegó un empujón a un enano del caos que le cubría y echó a correr hacia el hobgoblin con la bola, con los ojos inyectados en sangre y una macabra mueca de ira en la cara. El hobgoblin avanzaba zafándose de sus contrarios apoyado por unos cuantos enanos decididos a bloquear la defensa pielverde.

10 yardas para la línea de touchdown, el hobgoblin avanza imparable; Skabfang esquiva a dos hobgoblins que frenan su marcha, pero se encuentra frente a frente a otro enano.

5 yardas para la línea de touchdown, nuestro protagonista hace una finta al enano, digna de cualquier repulsivo orejas picudas y lo deja tumbado en el suelo, aprieta el paso y fija su mirada en el pequeño bastardo con el balón. Su negro corazón empieza a dar pinchazos por el esfuerzo y los músculos empiezan a gritar de dolor. Nada de eso importa ahora, no mientras existan posibilidades.

3 yardas, 2 yardas, el hobgoblin sonríe al ver tan cerca la endzone, se fija en el público que está a punto de estallar frenético para celebrar el tanto, pero no se percata del peligro que se le acerca por un lateral aullando a un ritmo frenético.

1 yarda para la línea de touchdown. Todo el estadio contiene la respiración.

Nunca supo que le golpeo ni por donde vino, pero sintió el impacto como si el mismísimo Sigmar le hubiese propinado un martillazo. Cuando Skabfang por fin había alcanzado al porteador del balón no se contuvo, y usando todo el impulso del que disponía propinó un puñetazo en la cara del hobgoblin, tan potente que sintió como el cráneo del pequeño ser se rompía, como su mandíbula dejaba de estar en su lugar natural y como sus pequeños dientes podridos empezaban a salir de la boca para aterrizar en el suelo.

Lo había conseguido, había evitado el touchdown y había demostrado que él era tan válido como cualquiera. Con un movimiento de inusitada agilidad para un ser tan grande y torpe como el, agarró el balón que había salido volando, lo asió contra su pecho y comenzó a correr en dirección contraria. Esta vez, debido a la excitación del momento, fue él el que no vio la enorme sombra que se le echaba encima.

Días después, Skabfang se despertó. Le dolían todos los huesos del cuerpo, como si le hubiesen dado una paliza, lo que en realidad, era lo que había pasado. Empezó a recordar torpemente, lo primero el golpe que le propinó aquel centauro malhumorado que había visto la escena de su "hazaña" y le había perseguido. Después se recordó cayendo al suelo, aturdido. Rememoró como, mientras iba perdiendo el conocimiento, a otro hobgoblin saltando y recogiendo la bola, como entraba en la zona de anotación y como el estadio estallaba de júbilo por el tanto anotado y por el sangriento espectáculo previo. Todo su esfuerzo, todo su mérito había sido en vano. ¿o no?

Esa misma noche le dijeron que Grushnag había muerto por las heridas del partido, y que su demostración de valor y entrega no había caído en saco roto para los ancianos del klan.

Quizás su oportunidad estaba cerca, pensó. Quizás nuevos aires para su pueblo estaban a punto de llegar, y no pudo evitar esbozar una sonrisa, tan sincera como maliciosa.